¿Por qué el voto ya no te pertenece?
Gisselle Costa-Martín Mancieri
La Argentina de octubre 2025
Las elecciones nacionales del 2025 confirmaron una tendencia que ya se insinuaba en los últimos años. La gestión es una herramienta poderosa para ganar elecciones locales o provinciales, pero pierde capacidad de arrastre cuando se trata de definir el rumbo a nivel nacional. En la era de la Boleta Única de Papel (BUP), la relación entre gobernar y representar se volvió más frágil, más volátil y más dependiente de factores simbólicos, emocionales y estructurales.
La Boleta Única y el fin del voto automático
La implementación de la BUP terminó de disolver el viejo efecto de arrastre partidario. El votante no elige por inercia, sino que se detiene, selecciona, combina y corta. Si antes se aferraba a una línea partidaria, hoy se encuentra frente a una serie de decisiones autónomas. Es tal autonomía electoral la que se intensifica ante la fragmentación. Y así, gobernadores con alta aprobación local pudieron triunfar en sus provincias, mientras sus fuerzas políticas no lograron trasladar esa adhesión al plano nacional.
En este nuevo ecosistema electoral, la gestión se evalúa, pero no necesariamente se premia. El ciudadano puede reconocer la eficiencia administrativa de un gobierno provincial y, en cambio, optar por otras representaciones con las que se identifique mejor.
El caso de Santa Fe lo demuestra así. Tras haber abierto el calendario electoral en 2025, con el oficialismo local que alcanzó alrededor del 35 % de los votos en las primarias y ratificó su hegemonía en 247 de las 304 localidades durante las generales del 29 de junio, la misma provincia se inclinó cuatro meses después por La Libertad Avanza en las legislativas nacionales, que alcanzó el 40,6 % de los sufragios. La desconexión entre el reconocimiento a la gestión provincial y el comportamiento electoral a nivel nacional ilustra la debilidad del voto automático.
Un fenómeno similar se observó en Salta. El gobernador Gustavo Sáenz logró en mayo retener el control legislativo con 20 de las 30 bancas de Diputados y 11 de las 12 senadurías provinciales, pero en las nacionales de octubre la LLA encabezó las urnas tanto en Diputados (38,4 %) como en Senadores (41,5 %), con lo que desplazó al oficialismo provincial. La diferencia entre una gestión territorial exitosa y un relato nacional más atractivo confirma que el poder de la administración se subordina al sentido narrativo.
De la obra al relato: el voto que se construye
El error más recurrente en muchos oficialismos fue suponer que los resultados hablan por sí solos. La gestión sin relato se vuelve invisible. En cambio, el relato, cuando logra conectar con la identidad del votante, puede resignificar incluso una gestión con resultados modestos.
A lo largo del año gobierno nacional comprendió esa lógica, convirtió la continuidad en una narrativa de estabilidad y proyección de futuro, más que en una mera defensa de indicadores económicos. Mientras tanto, otros espacios no lograron articular un discurso coherente entre su desempeño local y su propuesta nacional.
En política, los hechos necesitan ser contados, y contados con sentido. La eficacia administrativa sin significación simbólica carece de poder electoral.
Fragmentación del voto y nueva racionalidad ciudadana
El ciudadano argentino vota con una lógica cada vez más diferenciada. Un mismo elector puede premiar a un intendente por la gestión de residuos, a un gobernador por la infraestructura, y votar un presidente por empatía o por promesa de estabilidad macroeconómica.
La BUP consolidó esta autonomía. El voto se volvió modular, racional en algunos niveles, emocional en otros. Ya no existe un único voto oficialista ni voto opositor, sino una suma de decisiones individuales sujetas a múltiples narrativas simultáneas.
El nuevo desafío para quienes gobiernan es lograr coherencia entre esos planos. Gobernar bien es un piso; representar bien, el techo.
El abstencionismo como síntoma
La participación, que en varias provincias volvió a situarse cerca del 60%, deja entrever un electorado desconectado, fatigado o desilusionado. Ese 40% ausente no responde ni al marketing político ni a la eficiencia técnica. Requiere sentido, identidad, pertenencia.
El votante desmovilizado no es indiferente, es alguien que perdió la sensación de que su voto puede modificar algo. Reconectarlo implica volver a hablar en términos de comunidad, no de gestión. La política que emociona, moviliza; la que sólo administra, no convoca.
Gobernar ya no garantiza representar
El resultado de este octubre deja una lección central para los próximos años: la gestión genera legitimidad, pero no necesariamente adhesión. Puede consolidar territorios, sostener liderazgos, incluso ordenar coaliciones, pero no basta para conquistar el voto nacional.
El gobierno nacional ganó porque logró encuadrar la gestión en una narrativa de país en torno a estabilidad, futuro y sentido colectivo. Los demás actores quedaron atrapados en la lógica del balance y la rendición de cuentas, cuando la sociedad pedía relato, emoción y horizonte.
